dimecres, 19 de maig del 2010

Pigmalión:

Hoy os voy a contar la historia de cómo encontré a mi mujer perfecta, de la cual nacieron mis dos hijos Pafos y Metarme.


Yo soy un escultor de Chipre, me considero un artista bueno al que no le gustan las mujeres porque, según considero, éstas son imperfectas. Tan convencido estoy del acierto de mi opinión que he decidido no casarme nunca, y pasar el resto de mi vida sin compañía femenina a no ser que encuentre a la mujer perfecta.
Pero como no encontré a la mujer perfecta, y como no soporto la completa soledad, esculpí una estatua de marfil tan bella y perfecta como ninguna mujer verdadera podría serlo. De tanto admirar a mi propia obra, acabé enamorándome de ella. Le compré las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos más caros. Todos los días pasaba horas y horas contemplándola, y, de cuando en cuando, besaba tiernamente sus labios fríos e inmóviles.
Pensaba vivir hasta el fin de mis días ese amor silencioso, de no ser por la intervención de Venus. La diosa era objeto de intenso culto en la isla donde vivo. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias y los más ricos sacrificios, y su templo de Pafos era el más importante de los santuarios venusinos de todo este mundo helénico.
En una de esas fiestas yo estuve presente. Ofrecí sacrificios y elevé al cielo mis ardorosas suplicas: “A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa una doncella que se parezca a mi virgen de marfil.”
Atenta, la diosa del amor escuchó mis suplicas, y para mostrarme que estaba dispuesta a atenderlo, hizo elevar la llama de mi altar tres veces más alto que las de los otros altares. Pero yo no comprendí el significado de la señal, hasta bastante después.
Salí del santuario y, entristecido, tomé el camino de mi casa. Al llegar, fui a contemplar de nuevo la estatua perfecta. Y después de horas y horas de muda contemplación la besé en los labios. Tuve entonces una gran sorpresa: en vez del frío marfil, encontré una piel suave y una boca ardiente. A un nuevo beso, la estatua despertó y adquirió vida, transformándose en una bella mujer real que se enamoró perdidamente de mi.
Para completar mi felicidad, Venus propició la unión y garantizó la fertilidad. Del casamiento nació mi hijo, Pafos, que años después tuvo la dicha de legar su nombre a la ciudad, consagrada a la diosa, que había nacido alrededor del santuario dedicado al numen de la atracción universal.

1 comentari:

santi ha dit...

Espero que no se te pegue nada del personaje, Iván!
A la próxima intenta ser tu mismo y poner más de tu cosecha!